Que otra cosa significa la muerte de un Dios, sino es la liberación de la última esclavitud, la más profundamente arraigada, la más malograda, la de nuestro espíritu, la aceptación de nuestra potencia y nuestra divinidad...
Un grito de libertad, uno que reivindica nuestra única patria legítima, la de ser humanos.
Me siento tan pleno al saber que no hay nadie midiendo del otro lado, nadie juzgando ni sopesando, y es que allí donde empieza la verdadera aventura...
Pues la experiencia, con toda su nulidad, logra ser algo en cada uno de nuestros corazones, nuestras experiencias nos enseñan, y es que no hay que dar muchas vueltas, estamos aquí para vivir una gran travesía, una apremiante y apasionada...
La muerte de Dios, que otra cosa significa sino la muerte de la ignorancia, el cese de toda explotación por parte de un poder divinamente (y falsamente) legitimado por fuerza, despertemos... veamos este espectáculo de las leyes de la naturaleza, que nos traspasan, nos trascienden y definen nuestro ser, pues eso somos, polvo del cosmos...
La muerte de Dios, una invitación a la prueba, al descubrimiento de la verdad, a la legitimidad de nuestra naturaleza empírica, una invitación a la plenitud de nuestra humanidad...
La muerte de Dios, no como asesinato, sino como metáfora del despertar, del amanecer...
Pues muerto Dios... luego nosotros, la humanidad, somos libres para vivir...
Porque la semilla debe morir para que el árbol crezca.
Illa nata ego.