Tchaicovsky Overture 1812

lunes, 28 de septiembre de 2009

La Muerte de Dios



Que otra cosa significa la muerte de un Dios, sino es la liberación de la última esclavitud, la más profundamente arraigada, la más malograda, la de nuestro espíritu, la aceptación de nuestra potencia y nuestra divinidad...
Un grito de libertad, uno que reivindica nuestra única patria legítima, la de ser humanos.
Me siento tan pleno al saber que no hay nadie midiendo del otro lado, nadie juzgando ni sopesando, y es que allí donde empieza la verdadera aventura...
Pues la experiencia, con toda su nulidad, logra ser algo en cada uno de nuestros corazones, nuestras experiencias nos enseñan, y es que no hay que dar muchas vueltas, estamos aquí para vivir una gran travesía, una apremiante y apasionada...
La muerte de Dios, que otra cosa significa sino la muerte de la ignorancia, el cese de toda explotación por parte de un poder divinamente (y falsamente) legitimado por fuerza, despertemos... veamos este espectáculo de las leyes de la naturaleza, que nos traspasan, nos trascienden y definen nuestro ser, pues eso somos, polvo del cosmos...
La muerte de Dios, una invitación a la prueba, al descubrimiento de la verdad, a la legitimidad de nuestra naturaleza empírica, una invitación a la plenitud de nuestra humanidad...
La muerte de Dios, no como asesinato, sino como metáfora del despertar, del amanecer...
Pues muerto Dios... luego nosotros, la humanidad, somos libres para vivir...

Porque la semilla debe morir para que el árbol crezca.

Illa nata ego.

sábado, 26 de septiembre de 2009

¿Azar o Determinismo?




En realidad, las preguntas filosóficas sobre la realidad (valga la redundancia) se reducen a una única cuestión, una que, si se quiere, define la esencia última de nuestro mundo, pues los teoremas derivados de su respuesta, o de su consideración bifurcan la filosofía, la física y la moral.
Mi respuesta, que es por demás, muy conveniente, es que son aspectos polares de una misma cuestión, y, llegado este punto fácilmente arribado, deberé simplemente aplicar mi axioma, del cual no he dudado ni en mis peores crisis, ni en mis más absolutas euforias.
Diré aquí que no puede haber uno sin el otro, tan necesarios azar y determinismo para anular nuevamente la esencia, como cualesquiera aspectos polares de dicha y sobredicha nulidad.

Permítanme explicarme:
Consideremos cierto destino, para nosotros definido como una clausula empírica, téngase de ejemplo: "Estarás en tu casa todo el día". Suponiéndolo cierto, este destino, así definido, es ciertamente muy ambiguo, por más que realmente afirme, no determina en que lugares estarás dentro de tu casa, esta es mi analogía del azar. Así pienso que trabajan estos dos conceptos. Mi definición de destino es, pues, una cota del azar.

A esta altura: ¿Hasta que punto podemos acotar el azar?
El axioma nos asegura que existe una mínima cota, pues de no existir, podríamos acotar el azar hasta hacerlo nulo, lo cual es absurdo. Deberá existir un sistema, de quien no podamos decir con certeza, ni aún con los suficientes datos, que destino tendrá cabida.

"Arriba está la ciencia, y abajo el electrón."

Illa nata ego.