Tchaicovsky Overture 1812

jueves, 30 de julio de 2009

Fragmento 2

(Del libro "Dios y el Estado" de Mijaul Bakunin, de dominio público, es el libro más brillante que he leído, el que más admiro, dejo un enlace para descargarlo si los desean leer integro)

...¿Quiénes tienen razón, los idealistas o los materialistas? Una vez planteada así la
cuestión, vacilar se hace imposible. Sin duda alguna los idealistas se engañan y/o
los materialistas tienen razón. Sí, los hechos están antes que las ideas; el ideal,
como dijo Proudhon, no más que una flor de la cual son raíces las condiciones
materiales de existencia. Toda la historia intelectual y moral, política y social de la
humanidad es un reflejo de su historia económica.
Todas las ramas de la ciencia moderna, concienzuda y seria, convergen a la
proclamación de esa grande, de esa fundamental y decisiva verdad: el mundo
social, el mundo puramente humano, la humanidad, en una palabra, no es otra
cosa que el desenvolvimiento último y supremo -para nosotros al menos
relativamente a nuestro planeta-, La manifestación más alta de la animalidad. Pero
como todo desenvolvimiento implica necesariamente una negación, la de la base o
del punto de partida, la humanidad es al mismo tiempo y esencialmente una
negación, la negación reflexiva y progresiva de la animalidad en los hombres; y es
precisamente esa negación tan racional como natural, y que no es racional más
que porque es natural, a la vez histórica y lógica, fatal como lo son los
desenvolvimientos y las realizaciones de todas las leyes naturales en el mundo, la
que constituye y crea el ideal, el mundo de las convicciones intelectuales y
morales, las ideas.
Nuestros primeros antepasados, nuestros adanes y vuestras evas, fueron, si no
gorilas, al menos primos muy próximos al gorila, omnívoros, animales inteligentes
y feroces, dotados, en un grado infinitamente más grande que los animales de
todas las otras especies, de dos facultades preciosas: la facultad de pensar y la
facultad, la necesidad de rebelarse.
Estas dos facultades, combinando su acción progresiva en la historia, representan
propiamente el “factor”, el aspecto, la potencia negativa en el desenvolvimiento
positivo de la animalidad humana, y crean, por consiguiente, todo lo que
constituye la humanidad en los hombres.
La Biblia, que es un libro muy interesante y a veces muy profundo cuando se lo
considera como una de las más antiguas manifestaciones de la sabiduría y de la
fantasía humanas que han llegado hasta nosotros, expresa esta verdad de una
manera muy ingenua en su mito del pecado original. Jehová, que de todos los
buenos dioses que han sido adorados por los hombres es ciertamente el más
envidioso, el más vanidoso, el más feroz, el más injusto, el más sanguinario, el
más déspota y el más enemigo de la dignidad y de la libertad humanas, que creó a
Adán y a Eva por no sé qué capricho (sin duda para engañar su hastío que debía
de ser terrible en su eternamente egoísta soledad, para procurarse nuevos
esclavos), había puesto generosamente a su disposición toda la Tierra, con todos
sus frutos y todos los animales, y no había puesto a ese goce completo más que
un límite. Les había prohibido expresamente que tocaran los frutos del árbol de la
ciencia. Quería que el hombre, privado de toda conciencia de sí mismo,
permaneciese un eterno animal, siempre de cuatro patas ante el Dios eterno, su
creador su amo. Pero he aquí que llega Satanás, el eterno rebelde, el primer
librepensador y el emancipador de los mundos. Avergüenza al hombre de su
ignorancia de su obediencia animales; lo emancipa e imprime sobre su frente el
sello de la libertad y de la humanidad, impulsándolo a desobedecer y a comer del
fruto de la ciencia.
Se sabe lo demás. El buen Dios, cuya ciencia innata constituye una de las
facultades divinas, habría debido advertir lo que sucedería; sin embargo, se
enfureció terrible y ridículamente: maldijo a Satanás, al hombre y al mundo
creados por él, hiriéndose, por decirlo así, en su propia creación, como hacen los
niños cuando se encolerizan; y no contento con alcanzar a nuestros antepasados
en el presente, los maldijo en todas las generaciones del porvenir, inocentes del
crimen cometido por aquellos. Nuestros teólogos católicos y protestantes hallan
que eso es muy profundo y muy justo, precisamente porque es monstruosamente
inicuo y absurdo. Luego, recordando que no era sólo un Dios de venganza y de
cólera, sino un Dios de amor, después de haber atormentado la existencia de
algunos millares de pobres seres humanos y de haberlos condenado a un infierno
eterno, tuvo piedad del resto y para salvarlo, para reconciliar su amor eterno y
divino con su cólera eterna y divina siempre ávida de víctimas y de sangre, envió
al mundo, como una víctima expiatoria, a su hijo único a fin de que fuese muerto
por los hombres. Eso se llama el misterio de la redención, base de todas las
religiones cristianas. ¡Y si el divino salvador hubiese salvado siquiera al mundo
humano! Pero no; en el paraíso prometido por Cristo, se sabe, puesto que es
anunciado solemnemente, que o habrá más que muy pocos elegidos. El resto, la
inmensa mayoría de las generaciones presentes y del porvenir, arderá
eternamente en el infierno. En tanto, para consolarnos, Dios, siempre justo,
siempre bueno, entrega la tierra al gobierno de los Napoleón III, de los Guillermo I,
de los Femando de Austria y de los Alejandro de todas las Rusias.
Tales son los cuentos absurdos que se divulgan y tales son las doctrinas
monstruosas que se enseñan en pleno siglo XIX, en todas las escuelas populares
de Europa, por orden expresa de los gobiernos. ¡A eso se llama civilizar a los
pueblos! ¿No es evidente que todos esos gobiernos son los envenenadores
sistemáticos, los embrutecedores interesados de las masas populares?...